Un colegio cualquiera, en una ciudad cualquiera
Un colegio que comenzó a no poder mantenerse sólo, por lo que tuvo que aceptar y convertirse en subvencionado, como todos.
En ese momento, el alumnado empezó a cambiar, ya que, el estado, decidió que sería un buen aparcadero para niños y adolescentes con otras patologías: psicosis, bipolaridad… y, claro, comenzaron los problemas, porque cuando un jovencito de metro ochenta y setenta y cinco kilos se ponía agresivo, las únicas que podían enfrentarse a ellos eran profesoras de cincuenta y cuatro kilos y metro sesenta. Pero, bueno… las cosas iban.
Las historias de todo tipo se sucedían. Desde un alumno que se empeñaba en masturbarse en el bolso de la profesora, hasta el joven con doble personalidad que hablaba incesantemente consigo mismo y dos voces diferentes.
Costó tiempo acostumbrarse.
Pero, aún, faltaba lo mejor por llegar.
Estamos en un país en el que no está reconocida la especialidad de Psiquiatría Infantil y Juvenil, por lo tanto, lo mejor es decidir que no existen ni niños ni menores de edad que la necesiten.
Al mismo tiempo, la sociedad se ha ido deteriorando. Sí. Cada vez es mayor el número de jóvenes que tienen que vivir en pisos tutelados por problemas familiares. Desde abusos sexuales a maltratos físicos, y, por supuesto, todo tipo de drogadicciones y dependencias, lo que ha llevado a producir una parte de una generación absolutamente falta de cariño y llena de patologías psiquiátricas de diferente índole.
Y ¿dónde se pueden esconder de manera que no se les vea en la calle ni organizaciones? Claro… en nuestro pequeño colegio protagonista.
Ahora, hoy, en ese colegio, además del personal docente formado por psicopedagogas, psicólogas, logopedas… trabajan dos armarios roperos capaces de manejar a los más agresivos, y, además de aulas, de talleres de cerámica, de música… hay una preciosa habitación de descarga.
¿Que qué es eso? Una habitación preciosa… totalmente acolchada en paredes, techo y suelo, con una puerta blindada que tiene un pequeño cristal blindado para poder mirar dentro. Y, muy concurrida. Cada día la ocupan dos o tres jóvenes, eso sí, alternamente. Hasta que se tranquilizan.
Porque, lo ideal, sería poder medicarlos en un momento dado para que no se lesionen ni lesionen a nadie… pero… en los colegios subvencionados, no hay médico ni personal de enfermería. No, el estado no lo permite.
Los niños con cara de luna viven en un sinvivir, porque no entienden la agresividad, porque, a veces, son víctimas de sus compañeros, y, las profesoras, sueñan con una jubilación aún lejana, que les permita dejar de escuchar los gritos animales que salen de la habitación de descarga. Pero, la ley no se lo permite hasta tener treinta y cinco años cotizados… ni pueden cambiar de puesto. El estado, tampoco lo permite.
Ellas, claro, disculpan a los chicos y dicen en voz alta la realidad más dura: cuando un niño no ha recibido jamás una caricia ni un gesto de amor, cuando un adolescente carece de referencias, cuando ha sufrido abusos… ¿qué se puede esperar?
Y es comprensible, sí, lo que yo no entiendo es para qué tiene hijos la gente que no tiene tiempo para ellos, no es obligatorio.
Y, que no se nos olvide. Los niños y jóvenes son el reflejo de lo que tienen alrededor, y, eso, es la sociedad que nosotros mismos hemos creado.
Por eso, tendríamos que pensar seriamente si su agresividad es natural o es aprendida. De nosotros, claro.