Ley contra la violencia de género
"La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.
Nuestra Constitución incorpora en su artículo 15 el derecho de todos a la vida y a la integridad física y moral, sin que en ningún caso puedan ser sometidos a torturas ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Además, continúa nuestra Carta Magna, estos derechos vinculan a todos los poderes públicos y sólo por ley puede regularse su ejercicio..."
"La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.
Nuestra Constitución incorpora en su artículo 15 el derecho de todos a la vida y a la integridad física y moral, sin que en ningún caso puedan ser sometidos a torturas ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Además, continúa nuestra Carta Magna, estos derechos vinculan a todos los poderes públicos y sólo por ley puede regularse su ejercicio..."
Pero, todas esas magníficas palabras, dejan de tener sentido si el que sufre maltrato es un hombre.
Ninguna institución pública, ni ayuntamientos, ni diputaciones, contempla la posibilidad de que un hombre y sus hijos, todos maltratados por una mujer, puedan utilizar uno de esos pisos que tan pomposamente anuncian para alejarse de la persona que maltrata.
La única solución que dan es la denuncia antes de tomar ninguna medida, y una vez interpuesta, el regreso a a la convivencia habitual.
Por otro lado, de cada quince denuncias que interponen los hombres, tan sólo una llega a juicio, mientras que en el caso de una mujer, la simple sospecha del maltrato pone en marcha la maquinaria legal.
Y la impotencia se iba haciendo densa y oscura, y el pensamiento bailaba entre el absurdo y la perplejidad.
Sus hijos viven en el estado del terror, pero... las instituciones no contemplan ninguna medida para que salgan de eso.
Bueno, sí, en último extremo, el padre puede ir a un piso de acogida, pero, los niños, no. Tienen que quedarse con ella hasta que se demuestre el maltrato, cosa que suele durar unos dos años.
Están amenazados de muerte. Él, si se le ocurre mover un dedo, y los niños, si él se va.
Pero, no es mujer...
Al final, hemos conseguido una cita para la semana próxima en una conocida asociación feminista, Clara Campoamor. Veremos...
Y, ya en mi casa, sabiendo que ellos tuvieron que regresar a esa situación, y pensando que es viernes, día en que empieza su encierro (sí, porque desde el viernes hasta el lunes, tienen prohibido salir de casa bajo amenazas, gritos y humillaciones) te planteas que qué bonito es todo, que se nos llena la boca hablando de justicia, de igualdad, de derechos...
Él sabe que si se enfrenta a ella y la toca, pierde a los niños, que si se va de la casa, pierde a los niños, que, haga lo que haga, pierde a los niños y no le queda otra que aguantar y soportar las vejaciones que sufren.
Ninguna institución pública, ni ayuntamientos, ni diputaciones, contempla la posibilidad de que un hombre y sus hijos, todos maltratados por una mujer, puedan utilizar uno de esos pisos que tan pomposamente anuncian para alejarse de la persona que maltrata.
La única solución que dan es la denuncia antes de tomar ninguna medida, y una vez interpuesta, el regreso a a la convivencia habitual.
Por otro lado, de cada quince denuncias que interponen los hombres, tan sólo una llega a juicio, mientras que en el caso de una mujer, la simple sospecha del maltrato pone en marcha la maquinaria legal.
Hoy he conocido a un hombre maltratado.
Hasta su postura corporal es la de un perro apaleado.
Hemos contactado con todos los números de teléfono contra el maltrato. Nada, no es mujer. Después, con los servicios sociales. Nada, no es mujer. Más tarde con el ayuntamiento. Nada, no es mujer. Por último, con la diputación. Nada, no es mujer.Hasta su postura corporal es la de un perro apaleado.
Y la impotencia se iba haciendo densa y oscura, y el pensamiento bailaba entre el absurdo y la perplejidad.
Sus hijos viven en el estado del terror, pero... las instituciones no contemplan ninguna medida para que salgan de eso.
Bueno, sí, en último extremo, el padre puede ir a un piso de acogida, pero, los niños, no. Tienen que quedarse con ella hasta que se demuestre el maltrato, cosa que suele durar unos dos años.
Están amenazados de muerte. Él, si se le ocurre mover un dedo, y los niños, si él se va.
Pero, no es mujer...
Al final, hemos conseguido una cita para la semana próxima en una conocida asociación feminista, Clara Campoamor. Veremos...
Y, ya en mi casa, sabiendo que ellos tuvieron que regresar a esa situación, y pensando que es viernes, día en que empieza su encierro (sí, porque desde el viernes hasta el lunes, tienen prohibido salir de casa bajo amenazas, gritos y humillaciones) te planteas que qué bonito es todo, que se nos llena la boca hablando de justicia, de igualdad, de derechos...
Él sabe que si se enfrenta a ella y la toca, pierde a los niños, que si se va de la casa, pierde a los niños, que, haga lo que haga, pierde a los niños y no le queda otra que aguantar y soportar las vejaciones que sufren.
Impresiona.
Impresiona ver a un hombre, ex miembro del ejército colombiano,
llorar ante tres mujeres y pedirles ayuda.
Pero, más impresiona, no poder dársela.
Impresiona ver a un hombre, ex miembro del ejército colombiano,
llorar ante tres mujeres y pedirles ayuda.
Pero, más impresiona, no poder dársela.
© Moony