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"Leer te condena a muchas cosas terribles, sobre todo a la lucidez; te acerca más a las cosas en su esencia, que a menudo es desagradable, pero también te da los mecanismos analgésicos y compensatorios para enfrentarte a ellas"

Arturo Pérez reverte





lunes, 27 de julio de 2009

Yo ¿robot?

Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser.

Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Es hora de morir.

Roy Batty (Blade Runer, 1982)


Con el término replicante -andrillos, en algunas traducciones- en la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, y posteriormente en su adaptación al cine por Ridley Scott en la película Blade Runner, se refieren a unos seres artificiales que imitan al ser humano en su aspecto físico y en su comportamiento, llegando a ser virtualmente indistinguibles.

La obra original de Philip K. Dick y el filme de Ridley Scott presentan a los replicantes de manera similar, pero con algunas diferencias notables.
Tanto el libro como el filme hacen mención del modelo Nexus 6, que son androides de última generación idénticos a los humanos externamente, pero diferentes también en varios puntos (p.e. su vida operacional es de unos 4 años y carecen de la experiencia y recuerdos de una vida humana normal).

Concebidos en un primer momento (a imitación de las historias de robots de Isaac Asimov) para realizar los trabajos pesados, estos seres replicantes fueron perfeccionados haciéndose cada vez más parecidos a un ser humano, hasta llegar al modelo Nexus 6, el más perfecto de todos.
Anteriores modelos eran ya difíciles de diferenciar de un ser humano. Para conseguirlo, los cazadores de bonificaciones, los «blade runners», someten a los sujetos sospechosos a un test de empatía (se supone que los replicantes carecen de ella), la Prueba Voight-Kampff.

Hasta aquí, literatura y cine. La realidad no se diferencia mucho:

Una clasificación de los robots inteligentes autónomos podría ser en zoomórficos, humanoides, híbridos y polimórficos. Los robots zoomórficos se distinguen fundamentalmente porque sus sistemas de locomoción imitan a la de algunas criaturas; por ejemplo, serpientes, cuadrúpedos o arácnidos. Los humanoides (androides o ginoides, según su versión masculina o femenina, respectivamente) podrían considerarse un caso particular del robot zoomórfico en el que el sistema de translación es bípedo, pero se caracterizan principalmente por tratar de reproducir –en mayor o menor medida– la forma del ser humano y sus movimientos.


Bajo la denominación de híbridos se agrupa a aquellos robots que combinan las características de los demás tipos descriptos anteriormente (por ejemplo, un brazo robótico montado sobre una plataforma móvil con ruedas). Por último, los robots reconfigurables o polimórficos tienen la particularidad de que pueden “reconfigurarse” a sí mismos, adaptando su estructura para realizar cada tarea específica. Consisten en una serie de unidades articuladas que pueden unirse en cadenas extensibles, lo cual les permite una amplia gama de posibilidades: caminar, serpentear, nadar o incluso volar. Una vez terminada una labor, la estructura se puede auto-reconfigurar para ejecutar otros trabajos diferentes.

Otra clasificación de los robots inteligentes autónomos podría ser en aéreos, acuáticos y terrestres. Dentro de esta última, se los podrían subclasificar, a su vez, en robots con ruedas y con patas: dos (bípedos), cuatro (cuadrúpedos), seis (hexápodos) y ocho (octópedos).


Robots humanoides

Un robot humanoide es aquel que no sólo tiene la apariencia, sino que también ejecuta movimientos que se asemejan al de un ser humano. También es fundamental la habilidad de interacción social, para lo cual el robot necesita contar con un modelo cognitivo-afectivo del ser humano y de capacidades de comunicación, comprensión y aprendizaje.
Existen fundamentalmente tres razones para adoptar la forma humanoide: una “filosófica”, otra “psicológica” y, la última, “pragmática”.


En primer lugar, algunos filósofos cognitivos sostienen que la forma corporal es crítica para el ser humano (para sus pensamientos, sentimientos, conocimientos y lenguaje), ya que organiza y unifica la experiencia vivenciada en diferentes niveles de complejidad. En efecto, el Hombre piensa y habla en términos de su cuerpo; usa su modelo corporal como referencia, como eje central para construir su mundo. Además, algunos neurólogos afirman que el sentido del mundo, de las cosas e –incluso– de la propia identidad surge de la actividad permanente del cuerpo insertado en un entorno específico [Haselager y Gonzalez, 2003].

En consecuencia, si se intenta construir un robot con inteligencia similar a la del Hombre, necesariamente debe poseer un cuerpo lo más parecido al de éste. Sin embargo, y puesto que es harto difícil lograr construir una aproximación genuina, existe el peligro de que se imite sólo lo superficial, pero que se pierda totalmente sus aspectos más profundos.


En segundo lugar, y para que el robot gane experiencia, necesita un gran número de interacciones con los seres humanos. Si el robot tiene una forma humanoide, sería más fácil y natural interactuar con él, ya que las personas le atribuirían no sólo características vivientes sino incluso humanas (las personas están acostumbradas a ciertas reacciones y formas del lenguaje corporal cuando hablan con otras).

Es decir, le adjudicaría estados mentales, pero que tienen poca o ninguna referencia con respecto a la competencias reales del robot [Duffy, 2002]. Esto ayudaría a dichas personas a racionalizar la situación, basándose sobre la observación de las conductas dentro de un dado entorno. El mejor modo de superar el miedo que la humanidad siente ante la máquina inteligente consiste en darles una forma lo más familiar posible. A fin de lograr una adecuada interacción, se debe hacer hincapié sobre algunos temas importantes; por ejemplo, detectar caras e interpretar los gestos faciales, establecer un contacto visual y seguir la mirada de las personas, distinguir las voces humanas de otros sonidos, respetar el espacio personal, etc. [Brooks, 2002].

En tercer lugar, está la ventaja de que utilizarían toda la gama de instalaciones, espacios y servicios, así como aparatos, herramientas y utensilios tecnológicos concebidos para las personas. En suma, podrían participar del “mundo humano”. Después de todo, el homo sapiens ha modificado su entorno de tal manera de hacerlo confortable únicamente para satisfacer las necesidades de un ser con un torso, un par de piernas y brazos, y una cabeza encima de los hombros.

Dentro de nada nos asaetarán con el "ponga un robot en su vida"
Al tiempo...

En fin... que parece que están ahí mismo
Cualquier día los tenemos en casa, digo los de forma humana,
porque los no antropomórficos hace tiempo que los tenemos.
Anda que como se nos revolucione la minipymer
y nos exija que le hagamos la manicura francesa...


© Moony