Siempre se ha considerado que el hombre era una especie única en la Naturaleza y que mediaba un abismo con el resto de las demás especies, pero estudios recientes han revelado que las diferencias con nuestros parientes más próximos, los chimpancés, son mucho menores de los que se pensaba.
Los chimpancés presentan esbozos de comportamientos considerados exclusivamente humano
Hasta hace poco se englobaba a los póngidos (chimpancés, gorilas y orangutanes) en un solo grupo con características muy próximas entre ellos y alejados de los homínidos. Hoy se sabe que las diferencias entre ellos son mucho mayores, y los chimpancés están más próximos a los humanos que a los orangutanes, llegando a surgir voces que sugieren englobar a los chimpancés en el género Homo. El gorila estaría muy próximo al chimpancé, pero los orangutanes estarían mucho más alejados.
La etología de los chimpancés
Existen 2 especies de chimpancés, el Pan troglodytes (chimpancé común) y el Pan paniscus (el bonobo o chimpancé pigmeo). Las diferencias morfológicas son lo suficientemente grandes para considerarlos alejados de la especie humana como había ocurrido hasta ahora, sin embargo estudios de comportamiento hacían sospechar que estaban más próximos a nosotros de lo que pensamos.
Los chimpancés presentan esbozos de comportamientos considerados exclusivamente humanos, como el uso de herramientas. Se han llegado a contabilizar unas 40 herramientas utilizadas por los chimpancés. Utilizan palos para acceder a los hormigueros, palos que escogen adecuadamente despojándolos de las hojas y con un tamaño y grosor determinados. También usan piedras para abrir frutos duros, pero no unas piedras cualquiera sino que las eligen con especial criterio, buscan piedras planas para apoyar el fruto y piedras que se ajustan a su mano para golpear. Construyen sus propias camas para poder dormir eligiendo las ramas más adecuadas para poder acomodarlas. Y lo que trae consigo el conocimiento, pues transmiten además esa información de cómo se utilizan y fabrican las herramientas a sus congéneres, lo que implica en cierto modo una transmisión cultural de generación a generación y de individuo a individuo. Como cabe esperarse estas “culturas” no se dan por igual en las áreas que habitan los chimpancés sino que son comportamientos distribuidos por áreas geográficas lo que implica una localización cultural. Por ejemplo, los chimpancés de África occidental utilizan piedras para abrir nueces, sin embargo los chimpancés de África oriental no las utilizan.
Los chimpancés presentan esbozos de comportamientos considerados exclusivamente humanos, como el uso de herramientas. Se han llegado a contabilizar unas 40 herramientas utilizadas por los chimpancés. Utilizan palos para acceder a los hormigueros, palos que escogen adecuadamente despojándolos de las hojas y con un tamaño y grosor determinados. También usan piedras para abrir frutos duros, pero no unas piedras cualquiera sino que las eligen con especial criterio, buscan piedras planas para apoyar el fruto y piedras que se ajustan a su mano para golpear. Construyen sus propias camas para poder dormir eligiendo las ramas más adecuadas para poder acomodarlas. Y lo que trae consigo el conocimiento, pues transmiten además esa información de cómo se utilizan y fabrican las herramientas a sus congéneres, lo que implica en cierto modo una transmisión cultural de generación a generación y de individuo a individuo. Como cabe esperarse estas “culturas” no se dan por igual en las áreas que habitan los chimpancés sino que son comportamientos distribuidos por áreas geográficas lo que implica una localización cultural. Por ejemplo, los chimpancés de África occidental utilizan piedras para abrir nueces, sin embargo los chimpancés de África oriental no las utilizan.
Presentan también rudimentario lenguaje gestual y lenguaje sonoro, lo que no significa que elaboren frases, sino que transmiten información acerca de acontecimientos y de su estado de ánimo, se han descrito gestos que concuerdan con la risa del hombre, careciendo sin embargo de amplia variedad de músculos faciales que tenemos los humanos. Estudios de chimpancés en cautividad a los que se le ha enseñado el lenguaje de los signos han puesto de relieve que son capaces de manejar alrededor de 500 palabras elaborando sencillas frases. Esto pone de manifiesto que los chimpancés tienen un rudimentario pensamiento abstracto, tan característico de la especie humana.
Son cazadores inteligentes. La caza la realizan en grupo sincronizadamente donde unos acorralan a la presa y otros la atacan desde distintos puntos y dando así caza a la presa que por lo general suelen ser monos pequeños. También se ha observado en chimpancés en estado salvaje la existencia de guerras entre clanes distintos con muerte a individuos de otro clan, son muy territorialistas y tienen sus territorios bien delimitados, colocando vigías en los márgenes del territorio para advertir la presencia de intrusos.
El hombre tiene 46 cromosomas y el chimpancé 48, aunque las diferencias son simples.
La Biología Molecular entra en juego
Todo esto no eran más que observaciones, conjeturas y trabajos de campo que hacían sospechar nuestra gran similitud. La auténtica corroboración de nuestro estrecho parentesco ha venido de la mano de la Biología molecular. Recientes análisis genéticos del ADN humano y del ADN de los chimpancés han puesto de manifiesto que el 99% de ambos genomas son idénticos, lo que nos hace mucho más parecidos a los chimpancés de lo que se pensaba. Sólo nos diferencia un 1% de ese material genético y todo parece indicar que la mayor parte de ese 1% de genes diferentes entre nosotros y ellos son genes relacionados con el cerebro. Y esto está en consonancia con estudios de inteligencia a realizados bebés chimpancés y bebés humanos, en los que hasta los 2 años aprende más rápidamente el chimpancé, sin embargo, el chimpancé se queda ahí, se estanca, y a partir de los 2 años, el bebé humano le gana sobradamente la carrera.
El hombre posee 46 cromosomas o, más precisamente, 23 pares de cromosomas. El chimpancé, en cambio, tiene 48, es decir 24 pares. Trece pares son globalmente iguales en las dos especies, y el estudio de las características de los cromosomas desembocó en la hipótesis de que fue la fusión de dos cromosomas, que en el chimpancé permanecieron separados, lo que constituyó el cromosoma 2 humano e hizo nacer nuestra especie.
El hombre posee 46 cromosomas o, más precisamente, 23 pares de cromosomas. El chimpancé, en cambio, tiene 48, es decir 24 pares. Trece pares son globalmente iguales en las dos especies, y el estudio de las características de los cromosomas desembocó en la hipótesis de que fue la fusión de dos cromosomas, que en el chimpancé permanecieron separados, lo que constituyó el cromosoma 2 humano e hizo nacer nuestra especie.
El gen FOXP2, importante en la adquisición del lenguaje se diferencia sólo por dos aminoácidos en una y otra especie.
Los estudios del ADN mitocondrial indican que la separación de las ramas evolutivas del nombre y del chimpancé datan de unos 7 millones de años. Es decir, nuestro antepasado común vivió hacia esa época, después ambas ramas siguieron caminos evolutivos diferentes.
Queda por realizar un estudio del proteoma de ambas especies, es un análisis de las proteínas que no se ha realizado pero que daría mucha luz en esta comparativa, sobre todo para esclarecer qué es lo que nos diferencia de ellos al margen de esa diferencia genética del 1% que nos hace humanos.
En un espíritu antropocéntrico se puede suponer que alguna diferencia tiene que existir entre los humanos y los chimpancés que haga que mientras los segundos dedican su tiempo a comer bananas, los hombres y las mujeres construyan ciudades, fabriquen armas de destrucción masiva e investiguen como son sus genes, cuando ambos coinciden en un 98.7% en lo que a genes respecta.
¿Dónde está la diferencia? ¿Dónde está el origen de la diversidad? Buscando la respuesta a esta pregunta, Svante Pavo y otra buena cantidad de científicos se basaron en el siguiente fenómeno biológico.
Los genes son la sustancia material en la que está codificada la información para que nuestras células funcionen correctamente. Nuestros genes nos hacen humanos y nuestros genes hacen que seamos parecidos a mamá o a papá. Pero los genes en sí mismos no son los efectores de los procesos biológicos.
Los genes son transformados en ARN mensajero, que es el que después sirve como libro de instrucciones para que se generen las proteínas. Las proteínas son las verdaderas efectoras de la mayor parte de los procesos biológicos. Lo importante de esto es que pequeñas diferencias en la composición genética pueden transformarse en grandes diferencias en la composición de ARN mensajero y por lo tanto de proteínas.
Otra cosa determinante es que no todas las células de un organismo tienen la misma composición de ARN, mientras que sí todas tienen la misma composición genética y esto es básicamente lo que hace a un tipo celular diferente de otro.
Las células del hígado y las del cerebro tienen los mismos genes, pero tienen distinto ARN. Dicho en forma más técnica, sus genes se expresan en forma diferente. Paavo y compañía se preguntaron entonces: ¿puede haber una diferencia en la composición de ARN mensajero en las células del cerebro humano, comparativamente a la los chimpancés?
Para responder esto compararon en humanos, chimpancés y orangutanes la composición de ARN (conocida como transcriptoma) en células de hígado y de cerebro, utilizando para ello una moderna técnica de biología molecular conocida como chips de RNA.
A nivel genético los chimpancés son más parecidos a los humanos que a los orangutanes, pero como ya sabemos, los chimpancés se comportan de forma más parecida a los orangutanes que a los humanos.
Los resultados del trabajo son espectaculares, ya que responden bastante bien a la pregunta. La composición de ARN mensajero del chimpancé es más parecido al del humano que al del orangután en el hígado (esto se llama el transcriptoma del hígado), lo que es esperable dado que son más parecidos genéticamente.
Sin embargo, en el cerebro ocurre lo contrario: el transcriptoma del cerebro de chimpancés coincide más con el de los orangutanes que con el de los humanos. Esto quiere decir que en algún momento de la historia evolutiva del hombre, ocurrió un cambio que hizo que la misma cantidad de genes se expresaran en forma distinta en el cerebro.
Es imposible asegurar únicamente en base a estos datos que la diferencia en la composición de ARN en las células del cerebro es la que está el origen del a diversidad, pero no es alocado pensar que esta diferencia en la expresión posibilitó un cambio en la estructura cerebral que tuvo como consecuencia lo que vemos a nuestro alrededor todos los días.
Este trabajo nos deja un gran resultado y dos importantes moralejas. El resultado es el de entender dónde puede haber estado el cambio que permitió al hombre desarrollar las facultades intelectuales que lo diferencian en buena parte del resto de las especies animales.
Queda por realizar un estudio del proteoma de ambas especies, es un análisis de las proteínas que no se ha realizado pero que daría mucha luz en esta comparativa, sobre todo para esclarecer qué es lo que nos diferencia de ellos al margen de esa diferencia genética del 1% que nos hace humanos.
En un espíritu antropocéntrico se puede suponer que alguna diferencia tiene que existir entre los humanos y los chimpancés que haga que mientras los segundos dedican su tiempo a comer bananas, los hombres y las mujeres construyan ciudades, fabriquen armas de destrucción masiva e investiguen como son sus genes, cuando ambos coinciden en un 98.7% en lo que a genes respecta.
¿Dónde está la diferencia? ¿Dónde está el origen de la diversidad? Buscando la respuesta a esta pregunta, Svante Pavo y otra buena cantidad de científicos se basaron en el siguiente fenómeno biológico.
Los genes son la sustancia material en la que está codificada la información para que nuestras células funcionen correctamente. Nuestros genes nos hacen humanos y nuestros genes hacen que seamos parecidos a mamá o a papá. Pero los genes en sí mismos no son los efectores de los procesos biológicos.
Los genes son transformados en ARN mensajero, que es el que después sirve como libro de instrucciones para que se generen las proteínas. Las proteínas son las verdaderas efectoras de la mayor parte de los procesos biológicos. Lo importante de esto es que pequeñas diferencias en la composición genética pueden transformarse en grandes diferencias en la composición de ARN mensajero y por lo tanto de proteínas.
Otra cosa determinante es que no todas las células de un organismo tienen la misma composición de ARN, mientras que sí todas tienen la misma composición genética y esto es básicamente lo que hace a un tipo celular diferente de otro.
Las células del hígado y las del cerebro tienen los mismos genes, pero tienen distinto ARN. Dicho en forma más técnica, sus genes se expresan en forma diferente. Paavo y compañía se preguntaron entonces: ¿puede haber una diferencia en la composición de ARN mensajero en las células del cerebro humano, comparativamente a la los chimpancés?
Para responder esto compararon en humanos, chimpancés y orangutanes la composición de ARN (conocida como transcriptoma) en células de hígado y de cerebro, utilizando para ello una moderna técnica de biología molecular conocida como chips de RNA.
A nivel genético los chimpancés son más parecidos a los humanos que a los orangutanes, pero como ya sabemos, los chimpancés se comportan de forma más parecida a los orangutanes que a los humanos.
Los resultados del trabajo son espectaculares, ya que responden bastante bien a la pregunta. La composición de ARN mensajero del chimpancé es más parecido al del humano que al del orangután en el hígado (esto se llama el transcriptoma del hígado), lo que es esperable dado que son más parecidos genéticamente.
Sin embargo, en el cerebro ocurre lo contrario: el transcriptoma del cerebro de chimpancés coincide más con el de los orangutanes que con el de los humanos. Esto quiere decir que en algún momento de la historia evolutiva del hombre, ocurrió un cambio que hizo que la misma cantidad de genes se expresaran en forma distinta en el cerebro.
Es imposible asegurar únicamente en base a estos datos que la diferencia en la composición de ARN en las células del cerebro es la que está el origen del a diversidad, pero no es alocado pensar que esta diferencia en la expresión posibilitó un cambio en la estructura cerebral que tuvo como consecuencia lo que vemos a nuestro alrededor todos los días.
Este trabajo nos deja un gran resultado y dos importantes moralejas. El resultado es el de entender dónde puede haber estado el cambio que permitió al hombre desarrollar las facultades intelectuales que lo diferencian en buena parte del resto de las especies animales.
Moralejas
La primer moraleja es la de entender que a veces los razonamientos no son tan simples. Que no siempre la diferencia está en el tamaño y que a veces con los mismos componentes se pueden obtener resultados drásticamente diferentes. Como dice el refrán, a la hora de hacer magia no importa el tamaño de la varita.
La segunda moraleja es sumamente importante y tiene que ver con una forma de hacer ciencia. La ciencia moderna está plagada de artículos en los que lo que domina es la técnica. Artículos en los que no se usan los experimentos para responder una pregunta previamente armada, sino que se hacen experimentos casi al azar y con los resultados se decide tejer alguna conclusión.
No es difícil buscar una analogía en el arte. Un pintor puede empezar a tirar manchas en un cuadro y terminar con algo bonito por la simple razón de que es habilidoso para manchar, pero otra cosa muy diferente es cuando un artista sabe lo que quiere decir y tan sólo usa sus manos para llevar a una tela lo que está en su cabeza.
No es difícil buscar una analogía en el arte. Un pintor puede empezar a tirar manchas en un cuadro y terminar con algo bonito por la simple razón de que es habilidoso para manchar, pero otra cosa muy diferente es cuando un artista sabe lo que quiere decir y tan sólo usa sus manos para llevar a una tela lo que está en su cabeza.
En el trabajo de Paavo pasa esto último. La pregunta es sumamente clara y los resultados la hubieran contestado de cualquier manera. En caso de que el transcriptoma del chimpancé hubiera sido tan parecido al del humano, como parecidos son sus genomas, el resultado hubiera sido menos espectacular: no se hubiera podido concluir algo tan fuerte como lo que se concluyó, pero la calidad científica no sería cuestionable.
Tal vez Paavo nos haya mostrado con su trabajo nuestro drama existencial, que es el de tener cerebro de humanos con corazón de chimpancé.
(Yo me pregunto, sinceramente, si no habrá trascriptomas cerebrales en los supuestos humanos, no que los acerquen al chimpancé, no, angelitos míos, si no que los alejen del hombre, haciéndolos una especie con hígado de hombre y cerebro de monstruo)
Nuestros primos en peligro
A la luz de todos estos estudios, se pone de relieve que el chimpancé es nuestro pariente más cercano y que nosotros somos los parientes más cercanos de ellos, más que entre chimpancé y gorila. Todas las especies intermedias entre hombre y chimpancé se han extinguido por los avatares del camino evolutivo y sería una pena que en unos pocos años perdiéramos también a nuestro pariente más próximo. Urge conservar las comunidades de chimpancés que viven en estado salvaje para seguir su estudio etológico y que no queden postergados a los zoológicos o lo que sería peor, extinguidos.