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"Leer te condena a muchas cosas terribles, sobre todo a la lucidez; te acerca más a las cosas en su esencia, que a menudo es desagradable, pero también te da los mecanismos analgésicos y compensatorios para enfrentarte a ellas"

Arturo Pérez reverte





miércoles, 21 de enero de 2009

Ay, Europa, Europa


Ya nos lo avisaron los extraterrestres invisibles de Kubric en 2001 (sobre la obra de Arthur C. Clarcke), mientras
nos mostraban un monolito: podéis hacer lo que queráis en el sistema solar, pero no os acerquéis a Europa

De todas las lunas gigantes de Júpiter, Europa es la menor, pero también la más intrigante. Mientras los demás satélites galileanos (descubiertos por Galileo) presentan muchas características aun por explicar, éstas, por lo menos, se pueden fotografiar desde el espacio y quizás, algún día, lleguen a ser exploradas por vehículos robot o incluso por astronautas.
Europa es diferente; su mayor secreto parece estar enterrado bajo su superficie, tan hondo que, probablemente jamás seremos capaces de explorarlo y entenderlo, pues se considera que su superficie helada y llena de surcos es poco más que una placa de hielo que flota sobre un océano global de muchos kilómetros de profundidad.


La idea de que Europa pudiera tener un océano oculto se sugirió por primera vez a principios de la década de los ochenta, cuando las sondas espaciales Voyager enviaron las primeras imágenes detalladas de la superficie. Las fotografías revelaban una superficie blanca, en general prístina, surcadas por una red de líneas cruzadas de color oscuro y con algunas zonas de tono rosado. Lo extraño era la falta de relieve de la superficie: en términos relativos, Europa es más lisa que una pelota de ping-pong.

La superficie de Europa es también de reciente formación: presenta pocas cicatrices de impactos de meteoritos y las que existen son casi fantasmales siluetas de cráteres cuyos bordes apenas se elevan sobre el entorno. El satélite parece tener una notable habilidad para curarse a sí mismo y la mejor explicación de tal fenómeno es que la superficie es móvil y puede recuperar el nivel medio cada vez que se ve perturbada. Incluso puede recomponerse con nuevo material.

Las sondas Voyager demostraron de forma concluyente que la superficie de Europa consiste principalmente en agua helada, teñida en algunos lugares de compuestos químicos e impurezas. Así pues, el agua parecía el remedio lógico que curaba las heridas de Europa: un ungüento fácil de transportar que se congelaba al exponerse al casi vacío reinante en la superficie y que reponía las partes dañadas de la corteza.

Sin embargo, ¿por qué tendría que conservarse agua en estado líquido en Europa cuando, según los patrones normales, el satélite es demasiado pequeño, tiene una atmósfera demasiado enrarecida y se encuentra demasiado alejado del Sol? La respuesta está en las mismas fuerzas de marea que calientan el interior y producen los violentos volcanes de Ío (otra luna de Júpiter). Tal vez, los dos satélites sean muy similares por dentro, con núcleos calientes que contribuyen a generar vulcanismo. Sin embargo, mientras que las erupciones en Ío vierten directamente al espacio, las de Europa se registran bajo kilómetros de hielo. Este calor atrapado mantiene líquidos los niveles inferiores del océano que envuelve Europa, mientras que las capas superiores, heladas, flotan encima de ellas como la placa de hielo de los polos terrestres o, incluso, como las placas tectónicas sobre la astenosfera fundida de nuestro planeta

Si Europa posee un océano, ¿podría también albergar vida? En la Tierra, descubrimientos recientes han reforzado la hipótesis de que la vida pudo originarse en condiciones muy parecidas a las que reinan en el profundo océano de Europa, sustentada por la sopa química caliente del entorno de volcanes submarinos y no por el calor del Sol en aguas superficiales poco profundas, por lo tanto, parece ciertamente posible que lo mismo se produzca en el satélite joviano.

Enviar un robot sumergible al océano se Europa en busca de signos de vida es cosa de ciencia ficción y no será una posibilidad factible en el plazo de muchas décadas, por lo que tal vez no lo averigüemos nunca. Las mayores esperanzas de encontrar respuesta o, por lo menos, indicios alentadores se hallan en los hielos superficiales de Europa. Si se descubrieran moléculas orgánicas complejas en aguas que han brotado del interior de Europa, su presencia apuntaría con fuerza a que debajo del hielo existe vida de algún tipo.

Datos de Europa

Máxima proximidad a Júpiter:
665 mil kilómetros
Máxima distancia a Júpiter:
677 mil kilómetros
Diámetro:
3.138 kilómetros
Masa:
0,0083 Tierras
Periodo orbital:
3.55 días terrestres
Temperatura media en la superficie:
-148º C.
Gravedad media en la superficie:
0.135 respecto a la Tierra