Últimamente ando dándole vueltas y vueltas al tema de la insatisfacción
La realidad es que acepto ser cualquier cosas si los demás así me ven. Es imposible cambiar la percepción que tienen de nuestro interior por culpa de las palabras.
Una palabra dicha en un momento, una emoción mal expresada, un sentimiento mal comprendido, van haciendo de nosotros un dibujo ante la mirada de otro imposible de borrar.
Me he estado analizando en profundidad, buscando signos de insatisfacción.
Excarvando en mis partes más íntimas y secretas.
Y no la encuentro.
Encuentro muchas cosas, sí, algunas me gustan y otras tendría que desterrarlas, pero no hallo insatisfacción.
No tengo un afán desmedido por tener o poseer, no soy adictiva
Pero, sí,acepto que hay algo que se puede confundir con ella.
Hay inseguridad
Y como todo inseguro,utilizo tácticas:
* la invisibilidad, la de no hacerme notar, no llamar la atención y procuro pedir lo mínimo imprescindible.
*La doble existencia: consisten en la práctica de dividirse en dos, dejando un ``yo marioneta'' para uso y consumo de los demás, y un ``yo interior'' refugiado en otra vida, que nos proporciona la propia existencia.
* El disimulo: no hay que quejarse nunca de nada y hay que complacer en toda ocasión, aun a costa del propio sacrificio.
El inseguro se va formando a lo largo de la infancia y de la primera juventud.
y siempre lo es a a causa del encuentro con la impaciencia, la desgana y hasta con el terrorismo y puedo confundirse con insatisfecho por su afán desmedido de poder dar y dar.
Porque nunca le parece suficiente lo que hace.
Y, eso, es una vieja costumbre adquirida a lo largo de los años
La realidad es que acepto ser cualquier cosas si los demás así me ven. Es imposible cambiar la percepción que tienen de nuestro interior por culpa de las palabras.
Una palabra dicha en un momento, una emoción mal expresada, un sentimiento mal comprendido, van haciendo de nosotros un dibujo ante la mirada de otro imposible de borrar.
Me he estado analizando en profundidad, buscando signos de insatisfacción.
Excarvando en mis partes más íntimas y secretas.
Y no la encuentro.
Encuentro muchas cosas, sí, algunas me gustan y otras tendría que desterrarlas, pero no hallo insatisfacción.
No tengo un afán desmedido por tener o poseer, no soy adictiva
Pero, sí,acepto que hay algo que se puede confundir con ella.
Hay inseguridad
Y como todo inseguro,utilizo tácticas:
* la invisibilidad, la de no hacerme notar, no llamar la atención y procuro pedir lo mínimo imprescindible.
*La doble existencia: consisten en la práctica de dividirse en dos, dejando un ``yo marioneta'' para uso y consumo de los demás, y un ``yo interior'' refugiado en otra vida, que nos proporciona la propia existencia.
* El disimulo: no hay que quejarse nunca de nada y hay que complacer en toda ocasión, aun a costa del propio sacrificio.
El inseguro se va formando a lo largo de la infancia y de la primera juventud.
y siempre lo es a a causa del encuentro con la impaciencia, la desgana y hasta con el terrorismo y puedo confundirse con insatisfecho por su afán desmedido de poder dar y dar.
Porque nunca le parece suficiente lo que hace.
Y, eso, es una vieja costumbre adquirida a lo largo de los años
La impaciencia del que ofrece sin que de tiempo a recibir del todo lo que nos da, bien porque nos lo quita en el último momento, o bien porque nos hace ir tan deprisa que se nos atraganta, sin poderlo saborear, apareciendo al poco la protesta airada por la tardanza, que hace de dar algo abusivo, y de recibir algo insuficiente: todo se agria y estropea por donde pasa el reguero de la prisa.
Como quiera que el que recibe queda un tanto insatisfecho, también resulta poco agradecido, sin que la dicha completa arranque el último suspiro de felicidad.
La impaciencia delata que contraría a quien, sin estar convencido de qué es lo necesario, pasmado de cuanto y cómo, podrían o deberían donarse las cosas que siguen. Como que exhibe su requiebro, la persona que recibe sus atenciones capta el mensaje de que sobra o está entorpeciendo el paso, enlenteciendo los propósitos, contrariando la voluntad, pero sin que por lo demás sepa de qué modo empequeñecerse o desaparecer para no ocasionar tamañas molestias.
Cuando se nos escatima, se nos aparta y deja en último lugar, dando a entender que cualquier otra cosa es prioritaria y cualquier otra demanda es más digna de atención, acabamos presintiendo que no tenemos en realidad valor suficiente.
Porque merecer el tiempo y dedicación significa ser validados como receptores y como gratificadores: como personas que aportan lo que se espera de nosotros requerimos el visto bueno del agasajado, que en esto no sólo tiene tiene pereza en el mostrarse agradecido, sino que puede simular insatisfacción para que todavía el dador no piense que ha acabado su turno ni que su parte está hecha o merece un mínimo beneplácito.
No sólo hay desgana para recompensar sino también gana avariciosa de sacar ventaja de esa desgana.
La mala voluntad del que recibe de forma exigente e insaciable, acaba por convencer al que da de que da mal, y que no sirviendo tampoco cabe esperar ser digno de amor recíproco.
* Al percibir que la señal de haber complacido con éxito no se ha devuelto, el dador multiplica los afanes viendo que su necesidad de ser satisfecho pasa por lograr satisfacer al otro y que sólo entonces le llega su hora de ser receptor de lo que se ha ganado a pulso.
* Al no aparecer suficiente lo que ha hecho se suman tanto su propia necesidad demorada de recompensa -que, como toda necesidad, es más compulsiva contra menos satisfecha- y además el temor de no saber cómo ni porqué lo que contribuyó no fue suficiente (confusión, desconcierto).
Estas penosas incertidumbres le hacen ir más allá de lo que sería ecuánime, dando con tal generosidad y entusiasmo los añadidos, que pareciera que añadir tan generosamente fuese ya un gusto de agradecido (en vez de una desesperación de pedigüeño).
Porque merecer el tiempo y dedicación significa ser validados como receptores y como gratificadores: como personas que aportan lo que se espera de nosotros requerimos el visto bueno del agasajado, que en esto no sólo tiene tiene pereza en el mostrarse agradecido, sino que puede simular insatisfacción para que todavía el dador no piense que ha acabado su turno ni que su parte está hecha o merece un mínimo beneplácito.
No sólo hay desgana para recompensar sino también gana avariciosa de sacar ventaja de esa desgana.
La mala voluntad del que recibe de forma exigente e insaciable, acaba por convencer al que da de que da mal, y que no sirviendo tampoco cabe esperar ser digno de amor recíproco.
* Al percibir que la señal de haber complacido con éxito no se ha devuelto, el dador multiplica los afanes viendo que su necesidad de ser satisfecho pasa por lograr satisfacer al otro y que sólo entonces le llega su hora de ser receptor de lo que se ha ganado a pulso.
* Al no aparecer suficiente lo que ha hecho se suman tanto su propia necesidad demorada de recompensa -que, como toda necesidad, es más compulsiva contra menos satisfecha- y además el temor de no saber cómo ni porqué lo que contribuyó no fue suficiente (confusión, desconcierto).
Estas penosas incertidumbres le hacen ir más allá de lo que sería ecuánime, dando con tal generosidad y entusiasmo los añadidos, que pareciera que añadir tan generosamente fuese ya un gusto de agradecido (en vez de una desesperación de pedigüeño).
Contra más incómodo se encuentra el inseguro sintiéndose tan ``amorosamente'' vigilado, controlado y rápidamente cazado al vuelo de un fallo, más esa tensa espera de una expresión airada aguafiestas le incomoda y hace cometer nuevas torpezas, que a su vez confirman la fama contumaz de imperfectos empedernidos, reincidentes desconsiderados, inútiles aprendices de las sabias lecciones de cómo recibir correctamente el bien que se te da.
Peor aún es aterrorizar sin parecer terrorista, cuando el que parecía afín, el que lo prometía todo, el que aun podemos evocar sus mieles dadas, de pronto se agríe, enrojezca de ira y arrase con todo. De pronto, con total impunidad y sorpresa, todo lo asesina, y cuando ya nos parece estar muertos de pronto aparece como niño que no ha roto un plato, pidiendo perdón por sus excesos, e impidiendo con ese perdón que le obliguemos a perdonarle para ser bueno siendo el malo que sabemos que puede aparecer en cualquier otro momento.
Ya la confianza no es la misma, y la seguridad comienza a cavar una madriguera donde refugiarse, mientras que en la superficie todavía creemos en el arrepentimiento. Y tanto es el empeño del intempestivo en hacerse perdonar y compensar con mil detalles lo sucedido, y limpiando su imagen con singular cuidado, que logra relajarnos y hace que volvamos a respirar tranquilos. Y entonces, sorpresa, vuelta a empezar, y vuelta a continuar la construcción de la madriguera donde el topo de la inseguridad vive mientras con el tiempo parecemos estar seguros cuando nos seducen, descreídos ya por ser reiteradamente sorprendidos, pero sin tener derecho a protesta, bien porque estamos en fase de bienestar (entonces no merece la pena estropearlo) bien porque estamos en fase de ataque (entonces es mejor esconderse y esperar sin creer demasiado que esa espera se corresponda con un fin definitivo del terror).
El inseguro, es feliz con muy poquitas cosas, pero, lo más importante, es que recupere la seguridad en sí mismo.
Y sólo puede hacerlo cuando quien está a su lado lo ama sin impaciencia y sin desgana.
De cualquier forma, todo eso son generalidades, y, cada individuo es un mundo que sigue sus propios patrones.
Con su entropía y su entalpía.
El inseguro, es feliz con muy poquitas cosas, pero, lo más importante, es que recupere la seguridad en sí mismo.
Y sólo puede hacerlo cuando quien está a su lado lo ama sin impaciencia y sin desgana.
De cualquier forma, todo eso son generalidades, y, cada individuo es un mundo que sigue sus propios patrones.
Con su entropía y su entalpía.